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GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA (1453-1515), El Gran Capitán

La leyenda del Gran Capitán, el cordobés que cambió el arte de la guerra para siempre.

Entre las extensas listas de valerosos héroes que nuestra tierra ha visto nacer a lo largo de la historia, tenemos el orgullo de contar con un líder militar que evolucionó la guerra medieval que era lenta y pesada, por una estrategia de combate moderna, ágil y ligera. Se le atribuye el mérito de haber creado el primer ejército profesional español. Hablamos como no, de El Gran Capitán.

Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán.

Nació el 1 de septiembre de 1453 en Montilla (Córdoba) en el seno de una familia perteneciente a la Casa de Aguilar (familia noble andaluza). Fue el segundo hijo del caballero Pedro Fernández de Aguilar, V señor de Aguilar de la Frontera y de Priego de Córdoba, y de Elvira de Herrera y Enríquez, sobrina de Juana Enríquez, reina consorte de Aragón. Siendo niño fue incorporado como paje al servicio del príncipe Alfonso, hermano de la luego reina Isabel I de Castilla, y a la muerte de éste, pasó al séquito de la princesa Isabel. 

Ya de muy joven emprendió su carrera militar. En la guerra de Granada (1482-1492) sobresalió como soldado y demostró su inteligencia ideando una máquina de asedio hecha con las puertas de las casas para proteger el avance de las tropas. En la conquista de Montefrío fue el primero que subió a la muralla a la vista del enemigo comandando el cuerpo de asalto y en la batalla de Loja logró hacer prisionero al monarca nazarí Boabdil. Se hizo cargo de las últimas negociaciones con el monarca nazarí Boabdil para la rendición de la ciudad de Granada. Recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Orjiva y determinadas rentas sobre la producción de seda granadina, lo que le ayudó a enriquecerse.

El Gran Capitán asaltando Montefrío.

Pero su destino estaba en Italia, y allí marchó al frente de un ejército por mandato del rey Fernando el 30 de marzo de 1495 al frente de un pequeño contingente de tropas que tenía como objetivo defender la frontera del Reino de Nápoles, recién conquistado por el rey de Francia Carlos VIII. Con el Reino de Sicilia, derrotó a los franceses y repuso al monarca napolitano, perteneciente a la familia real aragonesa. Los éxitos de aquella guerra (como la toma de Reggio, Atella y Nápoles) le valieron el sobrenombre de Gran Capitán y fue recibido por el papa que le concedió la máxima condecoración vaticana: la Rosa de Oro. Pero todos esos éxitos militares no sirven para aplacar a los Reyes Católicos que reclaman su regreso a España para someter sus conquistas al examen de la hacienda pública, que dio lugar a las primeras cuentas del Gran Capitán, manuscrito que se conserva en la Real Academia de la Historia.

El Gran Capitán ante al papa Alejandro VI.

Ante el avance Turco por el Mediterráneo y por el Adriático, el Papa Alejandro VI unió a los Reinos Cristianos constituyendo la Santa Liga. El Gran Capitán, nombrado por los Reyes Capitán General, zarpó en el verano de 1.500 con el mando conjunto (fuerzas de tierra y la armada) derrotando a los turcos en Cefalonia (actual Grecia) y tomándoles el castillo de San Jorge que se consideraba inexpugnable. Esta acción contuvo el avance de los turcos durante siete décadas. Serían nueva y definitivamente rechazados en 1571, en la Batalla de Lepanto.

En su viaje de regreso fue informado del nuevo acuerdo suscrito por los Reyes Católicos y el monarca Francés Luis XII para repartirse el Reino de Nápoles. Gonzalo recibió en Sicilia instrucciones de su Rey y tomó las disposiciones militares para materializar la repartición del reino con los franceses, al margen del monarca napolitano que terminará finalmente decantándose del lado galo. Desde el principio se produjeron roces entre españoles y franceses por el reparto de Nápoles, que desembocaron en la reapertura de las hostilidades bélicas.

A finales de 1.502 los españoles se atrincheran en Barletta, en la costa adriática. Con menos recursos que los franceses, El Gran Capitán rehúsa la batalla campal y espera refuerzos. Cuando estos llegan y comprueba que los franceses han cometido el error de dispersarse da la orden de abandonar Barletta y pasa a la ofensiva. Toma la ciudad de Ruvo di Puglia y logra la victoria en la batalla de Ceriñola, en la que aplasta las tropas del Generalísimo francés Luis de Armagnac. En pocos minutos 3.000 cadáveres suizos y franceses quedan tendidos en el campo de batalla.

El Gran Capitán frente al cadáver del Duque de Nemours tras la batalla de Ceriñola.

Tras la batalla de Garellano y la toma de Gaeta los franceses abandonaron Nápoles. Europa queda  sorprendida por la victoria española y Gonzalo pasa a ser una leyenda en vida temido en todo el continente.

Hay que destacar que Gonzalo Fernández de Córdoba, fue un genio militar que por primera vez manejó combinadamente la infantería, la caballería, y la artillería aprovechándose del apoyo naval. Reformó el ejército en las unidades militares que empezaron a llamarse Tercios. Sustituyó la guerra de choque medieval por la táctica de defensa-ataque dando preferencia a la infantería sobre todas las armas. Adiestró a sus hombres mediante una disciplina rigurosa y formó su moral despertando en ellos el orgullo de cuerpo, la dignidad personal, el sentido del honor nacional y el interés religioso. Hizo de la infantería española aquel ejército formidable del que decían los franceses después de haber luchado contra él, que "no habían combatido con hombres sino con diablos".

Monumento de El Gran Capitán, Córdoba.

Terminada la guerra, Fernández de Córdoba gobernó como virrey en Nápoles durante cuatro años.
La negativa de Gonzalo a expulsar a los judíos del Reino de Nápoles y a instaurar el Tribunal del Santo Oficio, sus continuos retrasos en acudir a la corte para dar cuenta de su desempeño como virrey y finalmente la muerte en 1504 de la Reina Isabel la católica, su gran defensora, obligaron al Rey Fernando a hacer un viaje a Nápoles acompañado de su nueva mujer Germana de Foix.
Se cuenta que el rey Fernando el Católico pidió a don Gonzalo cuentas de en qué había gastado el dinero de su reino, a lo que Gonzalo respondió: "Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados."  El Gran Capitán, aun así, fue relevado de sus funciones.
Ya en España, aunque fue objeto de un gran recibimiento en la corte, el monarca envidioso de su éxito le negó su gran sueño, el Maestrazgo de la Orden de Santiago, a pesar de habérselo prometido. Gonzalo entonces, se retiró a Loja (Granada), pero sintiéndose enfermo regresó a Granada a principios de agosto de 1515, donde murió el dos de diciembre.

Lápida de la tumba del Gran Capitán en el Monasterio de San Jerónimo de Granada



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